CUALQUIERA QUE ESCRIBA AQUI PARA INSULTAR LE DIGO:
A VER SI TE CANSAS ANTES TU O NOSOTROS CAPULLO DE MIERDA . QUE TE PIENSAS QUE PUEDES HABLAR MAL DE LA GENTE Y NOSOTROS QUEDARNOS TAN TRANQUILOS , PUES NO. A VER SI ENCUENTRAS OTRA OCUPACIÓN POR QUE NO TE VAMOS A DEJAR PUBLICAR NADA O LO QUE ES LO MISMO SATURAREMOS EL BLOG HASTA QUE REVIENTE EL O TU GILIPOLLAS
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A este tio se nota que le va lo de ponerse el DEDITO donde ya sabeis, él si que es un GILIPOLLAS. Callaté CAPULLO y ponte el DEDITO donde tu sabes.Que eres un LADRON Y UN ESTAFADOR. Si tan ofendido estás PAGA y CALLA. Que suerte tienes P tienes mucho tiempo libre se nota que no trabajas y que eres un VAGO DEL COPON. Has perdido tus buenas formas y como ya sabemos de Sr NO TIENES NADA. Si te molesta tanto todo esto PAGA LO QUE DEBES A TODO EL MUNDO Y ASI NADIE MAS TE MOLESTARA. SE NOTA QUE TE PICA, POS AJO y AGUA. Ten cuidado que de un sofocon de estos no te de un JAMACUCO. ALA NO TE PONGAS MUY NERVIOSO.
Has perdido tus buenas formas y como ya sabemos que de Sr NO TIENES NADA. Si te molesta tanto todo esto PAGA LO QUE DEBES A TODO EL MUNDO Y ASI NADIE MAS TE MOLESTARA. SE NOTA QUE TE PICA, POS AJO y AGUA. Como eres un Okupa, a ver si haces el favor de devolver a su propietario legal la nave que usas sin pagar ni un duro. MOROSO.
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Has perdido tus buenas formas y como ya sabemos que de Sr NO TIENES NADA. Si te molesta tanto todo esto PAGA LO QUE DEBES A TODO EL MUNDO Y ASI NADIE MAS TE MOLESTARA. SE NOTA QUE TE PICA, POS AJO y AGUA. Como eres un Okupa, a ver si haces el favor de devolver a su propietario legal la nave que usas sin pagar ni un duro. MOROSO.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
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1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
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865 comentarios:
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A VER SI TE CANSAS ANTES TU O NOSOTROS CAPULLO DE MIERDA .
QUE TE PIENSAS QUE PUEDES HABLAR MAL DE LA GENTE Y NOSOTROS QUEDARNOS TAN TRANQUILOS , PUES NO.
A VER SI ENCUENTRAS OTRA OCUPACIÓN POR QUE NO TE VAMOS A DEJAR PUBLICAR NADA O LO QUE ES LO MISMO SATURAREMOS EL BLOG HASTA QUE REVIENTE EL O TU
GILIPOLLAS
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GILIPOLLAS
A este tio se nota que le va lo de ponerse el DEDITO donde ya sabeis, él si que es un GILIPOLLAS.
Callaté CAPULLO y ponte el DEDITO donde tu sabes.Que eres un LADRON Y UN ESTAFADOR. Si tan ofendido estás PAGA y CALLA.
Que suerte tienes P tienes mucho tiempo libre se nota que no trabajas y que eres un VAGO DEL COPON.
Has perdido tus buenas formas y como ya sabemos de Sr NO TIENES NADA.
Si te molesta tanto todo esto PAGA LO QUE DEBES A TODO EL MUNDO Y ASI NADIE MAS TE MOLESTARA. SE NOTA QUE TE PICA, POS AJO y AGUA. Ten cuidado que de un sofocon de estos no te de un JAMACUCO. ALA NO TE PONGAS MUY NERVIOSO.
Ahora ya tienes trabajo pa kuando te conectes.........................................
Cortico de chabeta..........
Has perdido tus buenas formas y como ya sabemos que de Sr NO TIENES NADA.
Si te molesta tanto todo esto PAGA LO QUE DEBES A TODO EL MUNDO Y ASI NADIE MAS TE MOLESTARA. SE NOTA QUE TE PICA, POS AJO y AGUA.
Como eres un Okupa, a ver si haces el favor de devolver a su propietario legal la nave que usas sin pagar ni un duro. MOROSO.
Has perdido tus buenas formas y como ya sabemos que de Sr NO TIENES NADA.
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Venga hombre, paga lo que debes a tus trabajadores.
Después a tus proveedores.
Y finalmente págate algo cuando estás con los amigotes, que ya empiezan a sospechar....
De verdad has pensado que lo que has hecho durante años te saldría gratis?
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
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1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
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1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
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2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
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1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
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