1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas. 1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta. 2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos. 3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
JA JA JA JA JA JA JA SE NOTA QUE TE MOLESTA MUCHO TODO QUE SUERTE TIENES SE NOTA QUE LA VERDAD OFENDE. BUENO AL MENOS SABEMOS QUE TE TENEMOS ENTRETENIDO CON ESTO Y MIENTRAS COPIAS Y PEGAS ESTAS ENTRETENIDO Y NO USAS EL ASPA PARA APODERARTE DE LO QUE NO ES TUYO NI SAQUEAS EL DINERO DE LOS DEMAS......... ALA AHORA TE TOCA TRABAJAR A TI....
ESO, ESO QUE PAGA LO QUE DEBES, POCA VERGUENZA ASÍ NADIE tE PODRÁ DECIR NADA. VERGUENZA TE TENDRIA QUE DAR CON LO GRANDOTE QUE ERES Y IR ASÍ POR LA VIDA, MANGONEANDO TODO LO QUE CAE EN TUS MANOS. TRABAJA COMO HACEMOS TODOS Y SÉ HONRADO HOMBRE.
Dejalo que recargue pilas en palamos, pobrecillo que falta le hace, despues de tanto tiempo estafando y robando, el señorito necesita descansar, esta muy agotado. Pedrito paga lo que debes y podras descansar como las personas normales. Ten cuidado con el sol no sea que se te pegue una enfermedad de esas.......
el que faran es dona-vos a tots per el cul panda de cabrons , eu viscut del compte però això ja s'acabat. ara a treballar i de segur que per la mitat que al Grup .
Que gilipollas que fuiste, pagabas más a los que más te mangoneaban y peloteaban, ya te esta bien que fueras a la ruina por prepotente y ladron (que de robar ya sabes un rato largo), bueno de hecho aun te as quedado con algun mangantey pelota... ojala que puedas vivir igual de bien como asta entonces y buen provecho te haga... que las vacaciones te vayan muy bien donde tu ya sabes.........
No saps ni escriure correctament , o sigui que si envies el currículums amb les faltes d'ortografia que escrius a aquest blog vas llest. NARFABETOOOOOOO
Se nota que el tio del dedito esta de vacaciones, poniendolo donde todo el mundo sabe. El tio no sabe ni escribir el catalan, este si que no encontrara trabajo en ningun sitio cuando sepan quien es.
Eso es lo que se dice, que te cojan confesao, que pecados tienes muchos... Paga lo que debes y dile a tus nenes que no copien y peguen tanto para rellenar espacios en el blog, y que vayan rompiendo sus huchitas para pagar lo que tu has ido dejando a deber por ahí. Supongo que estaran orgulloso de ti.... VAYA EJEMPLO QUE LES DAS....
Por si os intersa, Termino de enterarme, que en el juicio que ha tenido Pere recientemente contra Los Canadienses, no es que reclame dinero por daños, sino que pretende no devolver el 1.000.000 de euros que dicha empresa le abono a la firma de los acuerdos. Menudo ejemplar. Por cierto, el mail que pongo, corresponde al nuevo jugetito de este señor o la nueba empresa www.congrenova.com, pero desgraciadamente para el, yo registre este antes que el.
me havian dixo que rosell havia plegao pero hoi he dao con este blog i he leio cozas interezante. en 1er luga lamento i me solidarizo con lo afectao i espero que pillen argo del tal elemento ezte PR aunque lo veo jodio.por otro lao hai arguno de vozotro que haveis jugao ar juego de ezte radiopita indocumentao i que ze a dedicao a joer er mercao de la aradio profeziona.a convertio un zector profeziona en lo "encantes de la barceloneta".pero ezo no e un projecto emprezarial zino un bazar de pringao. laztima que haia tenio que pazar tantoz anyos para que ze viniera abajho, zobre to por er perzona que no tie la culpa. i tambie laztima por como a dejao el patio er jodio anarfabeto oportunizta ezte.a la hente que lo ha zufrio o han zio timaos por el ezpero que haian aprendio la leczion i que lo "duro a trez pela" no exizten. haziendo memoria havia u zlogan que reçava "la feina mal feta no te futur, la feina ben feta no te fronteres" i efestivamente lo que nase mal, ze gesztiona peor i faztidia a loz dema colegas del ramo/negoci ha d'acava mu malamente. zaluditos a tos i que er perzona cobre lo que le deven quanto antes mejo i al iluminao dezirle "que te den!" que no haz podido jodernos a algunoz que aqui zeguimo en la brexa...... he dixo!
s voy a comentar unas cosas, para que sepais algo más.
Rosell, dispone de tierras en la cima de Rocacorba que alquila a Axión y a la SER, y por las que cobra una buena pasta.
Yo trabajé en Cel Radio.
que que es Cell Radio?, pues una empresa que partió de la desparecida INDELEC y que pertenecía al grupo RACC y a dos accionistas más y que tenía tres departamentos:
-Telefonía mobil Era servicio oficial NOKIA y Ericsson -Radio telefonía Profesional Era servicio oficial De Nokia Radio TAIT, Motorola, Ademas de servico de reparación de todos los equipos de INDELEC, y Phillips comunicaciones, por extensión.
-Departamento de Gestión de Flotas
Un departamento que llegó a tener 14 ingenieros de desarrollo y que llegó a ser pionera en el desarrollo de sistemas de gestión de flotas por GPS y con los mejores clientes que se puedan imaginar: El RACC, La Caixa(Seguridad Vigilada), ACESA, Dragados y Construcciones. Ya que ellos empezaron la venta de sistemas de localización de vehículos por GPS (en el año 1996)
Además era el mayor distribuidor Oficial de Radio Red(Telefónica).
Pero con todo esto, ¿que pasó?, os preguntareis...
Pues por un lado un Ingeniero joven, capaz e inteligente supo crear un departamento de I+D que supo ver la realidad del mercado.
Por Otro, dos señores, socios ellos, provinientes de INDELEC que se dedicaban a vivir muy bién sin dar palo al agua, ya que parece que recibian muy buén sueldo por parte del RACC, y sobretodo uno de ellos se obcecó con el tema del servico de Telefonía mobil, cuando se vió claramente que eso no se repararía.
El ingeniero harto de hacer el pandereta, y luchar contra los elementos, se buscó un buen curro y de marchó, llevándose una parte de la gente a su nuevo curro...
El RACC se cansó de soltar la pasta y vendió.
Primero la parte de I+D a una empresa, no recuerdo el nombre que se quedó con la tecnología y despidió a todos los ingenieros.
Y se cargó a uno de los socios.
Luego la Parte de Radio fue vendida a Rosell!! (Un marconi, un Bird, un Advantest (antiguillo), etc...Pero eso sólo era Hardware!!
y la larte de Telefonóa movil a una empresa que se llamava algo así cómo "Radio Sonido", que sólo quería el SAT oficial de Telefonñoa movil, que rápidamente se llevó a Madrid, y despidió a todos los trabajadores fijos, entre ellos este socio (aqui ya ex-socio) y su hijo del alma!.
Pasa una cosa.
Las radiocomunicaciones pasan un momento delicado.
El GSM/UMTS está copando el mercado de servicos de valor añadido para empresas que antes ocupaba el PMR.....
Los operadores son los que hacen el negocio, pero no vendiendo hierro, que eso no lo quiere nadie, sinó sistemas completos llaves en mano, que es lo que necesita la empresa.
Eso fué lo que comenzó a hacer CellRAdio, pero pasó que era más barato hacer el trafico de datos de GPS, y de gestión de flotas por GPRS que por un equipo de PMR, porque además se elimina la necesidad de tenr una infraestructura propia.
Mientras todo eso ocurría el "genio" de vuestro gerente/dueño, pico el anzuelo, y fué comprando empresas con la oscura inteción de quedarse sólo en el mercado, pero era tan ciego (o tan tonto) quye no vió que el mercado se lo estaban quedando Movistar, Vodafone, Orange, etc, y el es muy pequeño para luchar co eso.
¿Que ha pasado? pues que le han quitado el mercado.
Las empresas continuan, mas que nunca necesitando telecomunicaciones, pero el sistema GSM/GPRS y mucho mas el Sistema UMTS facilitan.
Recuerdo que mientras Rosell fagocitaba BarsiStel, y se lanzaba sobre Cell (o los despojos, ya que sólo le vendieron el material que no querian) telefónia cerraba sus pruebas del Trunkug digital y mandaba sus repetidores Motorola ¡Nuevos! al traste, porque el lanzamiento al mercado del GPRS y despues del UMTS, que ya estaba en pruebas iban a solaparse en servicios.
Así pues, es otro caso evidente de:
1- Catalunya Pais de PYMES!! 2- Gran visión empresarial (como siempre) 3-Siempre os quedará Paris.
s voy a comentar unas cosas, para que sepais algo más.
Rosell, dispone de tierras en la cima de Rocacorba que alquila a Axión y a la SER, y por las que cobra una buena pasta.
Yo trabajé en Cel Radio.
que que es Cell Radio?, pues una empresa que partió de la desparecida INDELEC y que pertenecía al grupo RACC y a dos accionistas más y que tenía tres departamentos:
-Telefonía mobil Era servicio oficial NOKIA y Ericsson -Radio telefonía Profesional Era servicio oficial De Nokia Radio TAIT, Motorola, Ademas de servico de reparación de todos los equipos de INDELEC, y Phillips comunicaciones, por extensión.
-Departamento de Gestión de Flotas
Un departamento que llegó a tener 14 ingenieros de desarrollo y que llegó a ser pionera en el desarrollo de sistemas de gestión de flotas por GPS y con los mejores clientes que se puedan imaginar: El RACC, La Caixa(Seguridad Vigilada), ACESA, Dragados y Construcciones. Ya que ellos empezaron la venta de sistemas de localización de vehículos por GPS (en el año 1996)
Además era el mayor distribuidor Oficial de Radio Red(Telefónica).
Pero con todo esto, ¿que pasó?, os preguntareis...
Pues por un lado un Ingeniero joven, capaz e inteligente supo crear un departamento de I+D que supo ver la realidad del mercado.
Por Otro, dos señores, socios ellos, provinientes de INDELEC que se dedicaban a vivir muy bién sin dar palo al agua, ya que parece que recibian muy buén sueldo por parte del RACC, y sobretodo uno de ellos se obcecó con el tema del servico de Telefonía mobil, cuando se vió claramente que eso no se repararía.
El ingeniero harto de hacer el pandereta, y luchar contra los elementos, se buscó un buen curro y de marchó, llevándose una parte de la gente a su nuevo curro...
El RACC se cansó de soltar la pasta y vendió.
Primero la parte de I+D a una empresa, no recuerdo el nombre que se quedó con la tecnología y despidió a todos los ingenieros.
Y se cargó a uno de los socios.
Luego la Parte de Radio fue vendida a Rosell!! (Un marconi, un Bird, un Advantest (antiguillo), etc...Pero eso sólo era Hardware!!
y la larte de Telefonóa movil a una empresa que se llamava algo así cómo "Radio Sonido", que sólo quería el SAT oficial de Telefonñoa movil, que rápidamente se llevó a Madrid, y despidió a todos los trabajadores fijos, entre ellos este socio (aqui ya ex-socio) y su hijo del alma!.
Pasa una cosa.
Las radiocomunicaciones pasan un momento delicado.
El GSM/UMTS está copando el mercado de servicos de valor añadido para empresas que antes ocupaba el PMR.....
Los operadores son los que hacen el negocio, pero no vendiendo hierro, que eso no lo quiere nadie, sinó sistemas completos llaves en mano, que es lo que necesita la empresa.
Eso fué lo que comenzó a hacer CellRAdio, pero pasó que era más barato hacer el trafico de datos de GPS, y de gestión de flotas por GPRS que por un equipo de PMR, porque además se elimina la necesidad de tenr una infraestructura propia.
Mientras todo eso ocurría el "genio" de vuestro gerente/dueño, pico el anzuelo, y fué comprando empresas con la oscura inteción de quedarse sólo en el mercado, pero era tan ciego (o tan tonto) quye no vió que el mercado se lo estaban quedando Movistar, Vodafone, Orange, etc, y el es muy pequeño para luchar co eso.
¿Que ha pasado? pues que le han quitado el mercado.
Las empresas continuan, mas que nunca necesitando telecomunicaciones, pero el sistema GSM/GPRS y mucho mas el Sistema UMTS facilitan.
Recuerdo que mientras Rosell fagocitaba BarsiStel, y se lanzaba sobre Cell (o los despojos, ya que sólo le vendieron el material que no querian) telefónia cerraba sus pruebas del Trunkug digital y mandaba sus repetidores Motorola ¡Nuevos! al traste, porque el lanzamiento al mercado del GPRS y despues del UMTS, que ya estaba en pruebas iban a solaparse en servicios.
Así pues, es otro caso evidente de:
1- Catalunya Pais de PYMES!! 2- Gran visión empresarial (como siempre) 3-Siempre os quedará Paris.
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Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
Vaya Tio, te molesta que se digan las verdades, pues ya sabes a rellenar espacios que es lo único que sabes hacer, que eres un cortito de mollera.
P.R. PAGA LO QUE DEBES A TODO EL MUNDO Y SI TE MOLESTA TE AGUANTAS IGUAL QUE HACEN LOS QUE NO COBRAN LO QUE LES DEBES.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
1. La renovación de los movimientos sociales urbanos.
Al analizar el movimiento de okupación y los procesos sociales que le dan sentido y en los que ese conjunto de activistas y simpatizantes han participado de forma intensa y significativa, me ha impulsado un cierto espíritu desmitificador acerca del papel de los movimientos sociales en nuestra sociedad: tanto en relación a sus valores de radicalización democrática y de legitimación de la desobediencia civil, como en relación a sus contradicciones internas y límites de intervención social externa. En particular, pueden señalarse tres de las opiniones más dañinas, a mi parecer, para la unión de fuerzas de la diversidad de colectivos sociales más perjudicados por el actual orden de cosas.
1) Por una parte, una importante porción de la izquierda clásica manifestándose en forma de partidos y sindicatos, incluidos en estos últimos los de signo anarquista, ha considerado que los movimientos sociales no pueden conducir a ninguna transformación estructural de la sociedad capitalista. O no harían una política eficaz, o habrían escogido un camino equivocado, separado de las masas. Tiende así a opinarse que su proliferación a finales del siglo es un síntoma más de la fragmentación, conformismo y decadencia de la fuerza del proletariado. Los movimientos serían efímeros y, según esa ideología, estarían desconectados de los problemas mayoritarios y fundamentales de las clases oprimidas del planeta.
2) Por otra parte, los investigadores universitarios que han prestado atención a los movimientos sociales también han ido mostrando que su rango de visión está sesgado y no incluye a todo tipo de grupos y corrientes movilizadoras. Cuanto más radicales sean los movimientos, tanto los de "izquierdas" como los de "derechas", menos parecen merecer el calificativo de "movimiento social" y, por tanto, no se analiza su trascendencia política ni su relación con el interés general. Tampoco se usa la misma metodología que cuando se analiza a los nuevos movimientos sociales más paradigmáticos (a saber, feminismo, pacifismo y ecologismo, sobre todo). En muchos de estos casos, pues, los académicos reconstruyen el fenómeno como “tribus urbanas” juveniles o a partir de nociones similares –a menudo en mímesis superficial de lo emitido por los mass media- negando la autonomía, utopías y complejidad de estos movimientos radicales o alternativos.
3) En tercer lugar, desde el interior de estos mismos movimientos sociales también surgen interpretaciones sociopolíticas oscilantes entre el nihilismo y el etnocentrismo. Es decir, o no hay nada que hacer más que resistir aislada e imprevisiblemente hasta la derrota final, o bien, sólo el proyecto y las acciones de mi movimiento son las que marcan un camino de emancipación general, por lo que no cabe complementariedad en la práctica con otras formas de participación urbana, social y política.
JA JA JA JA JA JA JA SE NOTA QUE TE MOLESTA MUCHO TODO QUE SUERTE TIENES SE NOTA QUE LA VERDAD OFENDE. BUENO AL MENOS SABEMOS QUE TE TENEMOS ENTRETENIDO CON ESTO Y MIENTRAS COPIAS Y PEGAS ESTAS ENTRETENIDO Y NO USAS EL ASPA PARA APODERARTE DE LO QUE NO ES TUYO NI SAQUEAS EL DINERO DE LOS DEMAS.........
ALA AHORA TE TOCA TRABAJAR A TI....
Que asco me dais
Asco el que has dado tu durante años.
Que poca vergüenza!
ESO, ESO QUE PAGA LO QUE DEBES, POCA VERGUENZA ASÍ NADIE tE PODRÁ DECIR NADA.
VERGUENZA TE TENDRIA QUE DAR CON LO GRANDOTE QUE ERES Y IR ASÍ POR LA VIDA, MANGONEANDO TODO LO QUE CAE EN TUS MANOS.
TRABAJA COMO HACEMOS TODOS Y SÉ HONRADO HOMBRE.
Al final has callat?
Potser és que ja estàs de vancances a Palamós i no tens com connectar-te a internet, trist.
En tot cas has vist com callant el tema es tranquilitza, en fi si et mantens calladet un meset més el blog es mor segur.
Vinga ànims, al final només els teus veíns i 20 o 30 persones més recordaran que ets un estafador de merda.
Dejalo que recargue pilas en palamos, pobrecillo que falta le hace, despues de tanto tiempo estafando y robando, el señorito necesita descansar, esta muy agotado.
Pedrito paga lo que debes y podras descansar como las personas normales.
Ten cuidado con el sol no sea que se te pegue una enfermedad de esas.......
el que faran es dona-vos a tots per el cul panda de cabrons , eu viscut del compte però això ja s'acabat.
ara a treballar i de segur que per la mitat que al Grup .
Que gilipollas que fuiste, pagabas más a los que más te mangoneaban y peloteaban, ya te esta bien que fueras a la ruina por prepotente y ladron (que de robar ya sabes un rato largo), bueno de hecho aun te as quedado con algun mangantey pelota... ojala que puedas vivir igual de bien como asta entonces y buen provecho te haga...
que las vacaciones te vayan muy bien donde tu ya sabes.........
No saps ni escriure correctament , o sigui que si envies el currículums amb les faltes d'ortografia que escrius a aquest blog vas llest.
NARFABETOOOOOOO
Que suerte teneis, se nota que de trabajar nada de nada. Vos sois unos VAGOS, parasitos de la humanidad. Sos unos CHANCHOS....
Se nota que el tio del dedito esta de vacaciones, poniendolo donde todo el mundo sabe. El tio no sabe ni escribir el catalan, este si que no encontrara trabajo en ningun sitio cuando sepan quien es.
Ves Pedrito como era mejor callarse, ahora ya nadie entra ni pone nada.
No si al final hasta los estafados se olvidan del estafador.....
Los estafados le regalan la deuda al pobrecillo de pr.
Si le veis andar raro ya sabeis que le han dado.....
No nos olvidamos del estafador, ni le regalamos la deuda y si no paga la tendra para toda su vida.
Y los que quieran hacer negocios con con el, que se lo miren bien, porque puede ser que la pagen ellos.
Mantendremos este foro abierto hasta que nos page lo que nos debe, y para que todo el mundo sepa, quien es este sujeto.
El desgraciado debe de vacilar con los amigos explicando que es como los carcamales que van cayendo poco a poco, un perseguido por ser quién es.
Millet, Alavedra, Prenafeta.....
Y no es más que un pelacañas.
Eso es lo que se dice, que te cojan confesao, que pecados tienes muchos... Paga lo que debes y dile a tus nenes que no copien y peguen tanto para rellenar espacios en el blog, y que vayan rompiendo sus huchitas para pagar lo que tu has ido dejando a deber por ahí. Supongo que estaran orgulloso de ti.... VAYA EJEMPLO QUE LES DAS....
Nueva empresa y dirección el antiguo Gruprosell: COPPINGEN CORPORATION S.L C/ Creu, 47 ático
Por si os intersa, Termino de enterarme, que en el juicio que ha tenido Pere recientemente contra Los Canadienses, no es que reclame dinero por daños, sino que pretende no devolver el 1.000.000 de euros que dicha empresa le abono a la firma de los acuerdos. Menudo ejemplar. Por cierto, el mail que pongo, corresponde al nuevo jugetito de este señor o la nueba empresa www.congrenova.com, pero desgraciadamente para el, yo registre este antes que el.
me havian dixo que rosell havia plegao pero hoi he dao con este blog i he leio cozas interezante.
en 1er luga lamento i me solidarizo con lo afectao i espero que pillen argo del tal elemento ezte PR aunque lo veo jodio.por otro lao hai arguno de vozotro que haveis jugao ar juego de ezte radiopita indocumentao i que ze a dedicao a joer er mercao de la aradio profeziona.a convertio un zector profeziona en lo "encantes de la barceloneta".pero ezo no e un projecto emprezarial zino un bazar de pringao.
laztima que haia tenio que pazar tantoz anyos para que ze viniera abajho, zobre to por er perzona que no tie la culpa. i tambie laztima por como a dejao el patio er jodio anarfabeto oportunizta ezte.a la hente que lo ha zufrio o han zio timaos por el ezpero que haian aprendio la leczion i que lo "duro a trez pela" no exizten. haziendo memoria havia u zlogan que reçava "la feina mal feta no te futur, la feina ben feta no te fronteres" i efestivamente lo que nase mal, ze gesztiona peor i faztidia a loz dema colegas del ramo/negoci ha d'acava mu malamente.
zaluditos a tos i que er perzona cobre lo que le deven quanto antes mejo i al iluminao dezirle "que te den!" que no haz podido jodernos a algunoz que aqui zeguimo en la brexa...... he dixo!
s voy a comentar unas cosas, para que sepais algo más.
Rosell, dispone de tierras en la cima de Rocacorba que alquila a Axión y a la SER, y por las que cobra una buena pasta.
Yo trabajé en Cel Radio.
que que es Cell Radio?, pues una empresa que partió de la desparecida INDELEC y que pertenecía al grupo RACC y a dos accionistas más y que tenía tres departamentos:
-Telefonía mobil
Era servicio oficial NOKIA y Ericsson
-Radio telefonía Profesional
Era servicio oficial De Nokia Radio
TAIT, Motorola, Ademas de servico de reparación de todos los equipos de INDELEC, y Phillips comunicaciones, por extensión.
-Departamento de Gestión de Flotas
Un departamento que llegó a tener 14 ingenieros de desarrollo y que llegó a ser pionera en el desarrollo de sistemas de gestión de flotas por GPS y con los mejores clientes que se puedan imaginar: El RACC, La Caixa(Seguridad Vigilada), ACESA, Dragados y Construcciones. Ya que ellos empezaron la venta de sistemas de localización de vehículos por GPS (en el año 1996)
Además era el mayor distribuidor Oficial de Radio Red(Telefónica).
Pero con todo esto, ¿que pasó?, os preguntareis...
Pues por un lado un Ingeniero joven, capaz e inteligente supo crear un departamento de I+D que supo ver la realidad del mercado.
Por Otro, dos señores, socios ellos, provinientes de INDELEC que se dedicaban a vivir muy bién sin dar palo al agua, ya que parece que recibian muy buén sueldo por parte del RACC, y sobretodo uno de ellos se obcecó con el tema del servico de Telefonía mobil, cuando se vió claramente que eso no se repararía.
El ingeniero harto de hacer el pandereta, y luchar contra los elementos, se buscó un buen curro y de marchó, llevándose una parte de la gente a su nuevo curro...
El RACC se cansó de soltar la pasta y vendió.
Primero la parte de I+D a una empresa, no recuerdo el nombre que se quedó con la tecnología y despidió a todos los ingenieros.
Y se cargó a uno de los socios.
Luego la Parte de Radio fue vendida a Rosell!! (Un marconi, un Bird, un Advantest (antiguillo), etc...Pero eso sólo era Hardware!!
y la larte de Telefonóa movil a una empresa que se llamava algo así cómo "Radio Sonido", que sólo quería el SAT oficial de Telefonñoa movil, que rápidamente se llevó a Madrid, y despidió a todos los trabajadores fijos, entre ellos este socio (aqui ya ex-socio) y su hijo del alma!.
Pasa una cosa.
Las radiocomunicaciones pasan un momento delicado.
El GSM/UMTS está copando el mercado de servicos de valor añadido para empresas que antes ocupaba el PMR.....
Los operadores son los que hacen el negocio, pero no vendiendo hierro, que eso no lo quiere nadie, sinó sistemas completos llaves en mano, que es lo que necesita la empresa.
Eso fué lo que comenzó a hacer CellRAdio, pero pasó que era más barato hacer el trafico de datos de GPS, y de gestión de flotas por GPRS que por un equipo de PMR, porque además se elimina la necesidad de tenr una infraestructura propia.
Mientras todo eso ocurría el "genio" de vuestro gerente/dueño, pico el anzuelo, y fué comprando empresas con la oscura inteción de quedarse sólo en el mercado, pero era tan ciego (o tan tonto) quye no vió que el mercado se lo estaban quedando Movistar, Vodafone, Orange, etc, y el es muy pequeño para luchar co eso.
¿Que ha pasado? pues que le han quitado el mercado.
Las empresas continuan, mas que nunca necesitando telecomunicaciones, pero el sistema GSM/GPRS y mucho mas el Sistema UMTS facilitan.
Recuerdo que mientras Rosell fagocitaba BarsiStel, y se lanzaba sobre Cell (o los despojos, ya que sólo le vendieron el material que no querian) telefónia cerraba sus pruebas del Trunkug digital y mandaba sus repetidores Motorola ¡Nuevos! al traste, porque el lanzamiento al mercado del GPRS y despues del UMTS, que ya estaba en pruebas iban a solaparse en servicios.
Así pues, es otro caso evidente de:
1- Catalunya Pais de PYMES!!
2- Gran visión empresarial (como siempre)
3-Siempre os quedará Paris.
s voy a comentar unas cosas, para que sepais algo más.
Rosell, dispone de tierras en la cima de Rocacorba que alquila a Axión y a la SER, y por las que cobra una buena pasta.
Yo trabajé en Cel Radio.
que que es Cell Radio?, pues una empresa que partió de la desparecida INDELEC y que pertenecía al grupo RACC y a dos accionistas más y que tenía tres departamentos:
-Telefonía mobil
Era servicio oficial NOKIA y Ericsson
-Radio telefonía Profesional
Era servicio oficial De Nokia Radio
TAIT, Motorola, Ademas de servico de reparación de todos los equipos de INDELEC, y Phillips comunicaciones, por extensión.
-Departamento de Gestión de Flotas
Un departamento que llegó a tener 14 ingenieros de desarrollo y que llegó a ser pionera en el desarrollo de sistemas de gestión de flotas por GPS y con los mejores clientes que se puedan imaginar: El RACC, La Caixa(Seguridad Vigilada), ACESA, Dragados y Construcciones. Ya que ellos empezaron la venta de sistemas de localización de vehículos por GPS (en el año 1996)
Además era el mayor distribuidor Oficial de Radio Red(Telefónica).
Pero con todo esto, ¿que pasó?, os preguntareis...
Pues por un lado un Ingeniero joven, capaz e inteligente supo crear un departamento de I+D que supo ver la realidad del mercado.
Por Otro, dos señores, socios ellos, provinientes de INDELEC que se dedicaban a vivir muy bién sin dar palo al agua, ya que parece que recibian muy buén sueldo por parte del RACC, y sobretodo uno de ellos se obcecó con el tema del servico de Telefonía mobil, cuando se vió claramente que eso no se repararía.
El ingeniero harto de hacer el pandereta, y luchar contra los elementos, se buscó un buen curro y de marchó, llevándose una parte de la gente a su nuevo curro...
El RACC se cansó de soltar la pasta y vendió.
Primero la parte de I+D a una empresa, no recuerdo el nombre que se quedó con la tecnología y despidió a todos los ingenieros.
Y se cargó a uno de los socios.
Luego la Parte de Radio fue vendida a Rosell!! (Un marconi, un Bird, un Advantest (antiguillo), etc...Pero eso sólo era Hardware!!
y la larte de Telefonóa movil a una empresa que se llamava algo así cómo "Radio Sonido", que sólo quería el SAT oficial de Telefonñoa movil, que rápidamente se llevó a Madrid, y despidió a todos los trabajadores fijos, entre ellos este socio (aqui ya ex-socio) y su hijo del alma!.
Pasa una cosa.
Las radiocomunicaciones pasan un momento delicado.
El GSM/UMTS está copando el mercado de servicos de valor añadido para empresas que antes ocupaba el PMR.....
Los operadores son los que hacen el negocio, pero no vendiendo hierro, que eso no lo quiere nadie, sinó sistemas completos llaves en mano, que es lo que necesita la empresa.
Eso fué lo que comenzó a hacer CellRAdio, pero pasó que era más barato hacer el trafico de datos de GPS, y de gestión de flotas por GPRS que por un equipo de PMR, porque además se elimina la necesidad de tenr una infraestructura propia.
Mientras todo eso ocurría el "genio" de vuestro gerente/dueño, pico el anzuelo, y fué comprando empresas con la oscura inteción de quedarse sólo en el mercado, pero era tan ciego (o tan tonto) quye no vió que el mercado se lo estaban quedando Movistar, Vodafone, Orange, etc, y el es muy pequeño para luchar co eso.
¿Que ha pasado? pues que le han quitado el mercado.
Las empresas continuan, mas que nunca necesitando telecomunicaciones, pero el sistema GSM/GPRS y mucho mas el Sistema UMTS facilitan.
Recuerdo que mientras Rosell fagocitaba BarsiStel, y se lanzaba sobre Cell (o los despojos, ya que sólo le vendieron el material que no querian) telefónia cerraba sus pruebas del Trunkug digital y mandaba sus repetidores Motorola ¡Nuevos! al traste, porque el lanzamiento al mercado del GPRS y despues del UMTS, que ya estaba en pruebas iban a solaparse en servicios.
Así pues, es otro caso evidente de:
1- Catalunya Pais de PYMES!!
2- Gran visión empresarial (como siempre)
3-Siempre os quedará Paris.
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